Shila
Nivel 4
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Carta a las madres.
A las madres que se tuvieron que marchar, a las que nos dejaron la vida contestada. A las que miran por la ventana cuando oscurece para ver si llegan sus hijos. A las que duermen poco, resolviendo en la noche los problemas del día. A las que nadie les dice que las quiere. A las que se les dice a cada instante. A las que viven más la vida de los demás que la suya propia. A las que son muy felices, a las que son muy infelices. A las madres de mayo, que siguen dando vueltas a la pirámide. A las madres que no pudieron tener hijos, a las que no quisieron tener hijos, a las que tuvieron más de los que podían criar. A las que siempre tienen la palabra justa. A las que nunca saben qué decir por si molestan. A las que entregan su vida por un “te quiero” que a veces no llega. A las que hacen las camas de todos, a las que friegan los suelos de todos, los platos de todos.
Quiero que sepan que nadie las querrá más por ello. Empiecen a mirarse en el espejo y a saberse importantes. Si ustedes no están a la hora de la cena, no pasa nada, las vamos a querer igual. Váyanse de viaje, ya tendemos los demás la colada. A las madres que lo saben todo y no preguntan nada, a las que no saben nada y lo preguntan todo. A las que cuidan a nuestros hijos y luego no tienen quien las cuide a ellas. A las que envejecen detrás de unas gafas gruesas y ven sus salones más grandes que nunca y más vacíos. A las que nunca llevan bastante dinero en el monedero para darse un capricho. A las que se dan todos los caprichos que pueden. A las madres que tienen que decir adiós a un hijo. A las que siempre tienen la solución a tu problema. A las que no encuentran jamás la solución y lloran a escondidas. A las que lloran en público. A las que no pueden más pero no se les nota, a las que sí se les nota. A las que se cansan de vivir y a las que se cansan de morir un poquito cada día. A las que se enamoran diez veces por minuto, a la que nunca se han enamorado. A todas las madres de la tierra, mi pequeño homenaje. Gracias por flaquear, por dar un grito cuando no podéis más, por pensar en vosotras y tener vuestros propios motivos para vivir. Por hacernos consientes de que sois dueñas de vuestro tiempo. Gracias por no estar a veces cuanto tocamos vuestra puerta, gracias por no fregarnos todos los platos ni todos los suelos. Porque un día, cuando no estéis, nuestra conciencia de hijos no podrá soportar haberos arrancado a pellizcos vuestra existencia y no habernos dado cuenta de que no erais unas heroínas, sino de que erais, sencillamente, criaturas de carne y hueso que tenían, además de hijos, sus propios sueños.
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Magdalena S. Blesa.
A las madres que se tuvieron que marchar, a las que nos dejaron la vida contestada. A las que miran por la ventana cuando oscurece para ver si llegan sus hijos. A las que duermen poco, resolviendo en la noche los problemas del día. A las que nadie les dice que las quiere. A las que se les dice a cada instante. A las que viven más la vida de los demás que la suya propia. A las que son muy felices, a las que son muy infelices. A las madres de mayo, que siguen dando vueltas a la pirámide. A las madres que no pudieron tener hijos, a las que no quisieron tener hijos, a las que tuvieron más de los que podían criar. A las que siempre tienen la palabra justa. A las que nunca saben qué decir por si molestan. A las que entregan su vida por un “te quiero” que a veces no llega. A las que hacen las camas de todos, a las que friegan los suelos de todos, los platos de todos.
Quiero que sepan que nadie las querrá más por ello. Empiecen a mirarse en el espejo y a saberse importantes. Si ustedes no están a la hora de la cena, no pasa nada, las vamos a querer igual. Váyanse de viaje, ya tendemos los demás la colada. A las madres que lo saben todo y no preguntan nada, a las que no saben nada y lo preguntan todo. A las que cuidan a nuestros hijos y luego no tienen quien las cuide a ellas. A las que envejecen detrás de unas gafas gruesas y ven sus salones más grandes que nunca y más vacíos. A las que nunca llevan bastante dinero en el monedero para darse un capricho. A las que se dan todos los caprichos que pueden. A las madres que tienen que decir adiós a un hijo. A las que siempre tienen la solución a tu problema. A las que no encuentran jamás la solución y lloran a escondidas. A las que lloran en público. A las que no pueden más pero no se les nota, a las que sí se les nota. A las que se cansan de vivir y a las que se cansan de morir un poquito cada día. A las que se enamoran diez veces por minuto, a la que nunca se han enamorado. A todas las madres de la tierra, mi pequeño homenaje. Gracias por flaquear, por dar un grito cuando no podéis más, por pensar en vosotras y tener vuestros propios motivos para vivir. Por hacernos consientes de que sois dueñas de vuestro tiempo. Gracias por no estar a veces cuanto tocamos vuestra puerta, gracias por no fregarnos todos los platos ni todos los suelos. Porque un día, cuando no estéis, nuestra conciencia de hijos no podrá soportar haberos arrancado a pellizcos vuestra existencia y no habernos dado cuenta de que no erais unas heroínas, sino de que erais, sencillamente, criaturas de carne y hueso que tenían, además de hijos, sus propios sueños.
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Magdalena S. Blesa.