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La vida… ¡Ay, la vida! Esa cosa rara que nadie pidió pero aquí estamos, metidos hasta el cuello. Si la vida fuera un contrato, yo estaría buscando la cláusula de cancelación. ¿Periodo de prueba? ¡Nada! Aquí te tiran y arreglátelas como puedas. Sin manual, sin tutorial en YouTube, solo un montón de gente dándote consejos contradictorios y diciéndote “así es la vida”.
Porque la vida, amigos míos, es la única empresa donde te contratan sin experiencia, te pagan con sufrimiento y el único ascenso que te dan es cuando te suben al cielo… o te bajan al otro lado, dependiendo de cómo hayas jugado tus cartas.
Desde que naces es un problema. Primero, te sacan de un sitio calentico y cómodo, y te meten en un mundo lleno de impuestos y reuniones que pudieron ser un email. La gente aplaude cuando das tus primeros pasos y te dicen que puedes ser lo que quieras en la vida. Y luego, cuando de verdad intentas ser lo que quieres, te miran raro. “¿Quieres ser astronauta? Mejor búscate algo estable”. Ah, pero si te metes a contable, ahí sí te aplauden. ¡Bravo, qué éxito, qué futuro más prometedor llenando Excel y justificando gastos!
La vida es como un restaurante carísimo: te sientan, te sirven platos que no pediste y cuando te traen la cuenta, no te alcanza para pagarla. Y lo peor es que la cocina cierra sin previo aviso. ¿Qué es eso de que un día te dicen: “Se acabó, gracias por venir, apaguen las luces”? ¡Un poco de advertencia, por favor!
Y no hablemos del tiempo. El tiempo es el mayor estafador que existe. De niño, un año es una eternidad. Ahora pestañeas y ya es diciembre otra vez. ¿En qué momento pasamos de ser niños que corrían descalzos a adultos que se emocionan por una oferta en papel higiénico? ¿Cuándo fue que cambiamos los parques por las facturas y los sueños por la rutina?
Y es que nos pasamos la vida esperando. Que si “cuando crezca”, que si “cuando tenga dinero”, que si “cuando me jubile”. Y cuando te das cuenta, la vida no espera por nadie. Ahí es donde entra la gran ironía: nos preocupamos tanto por lo que viene, que se nos olvida vivir el presente.
Pero bueno, no todo es malo. A veces, la vida te da momentos que valen la pena. Una carcajada con amigos, un atardecer hermoso, ese instante en que pruebas un café perfecto. La vida no es justa, pero tiene sus instantes de gloria.
Así que mi consejo final es este: ríete todo lo que puedas, haz las cosas que te dan miedo y, sobre todo, no tomes la vida demasiado en serio… al final, nadie sale vivo de ella.
Porque la vida, amigos míos, es la única empresa donde te contratan sin experiencia, te pagan con sufrimiento y el único ascenso que te dan es cuando te suben al cielo… o te bajan al otro lado, dependiendo de cómo hayas jugado tus cartas.
Desde que naces es un problema. Primero, te sacan de un sitio calentico y cómodo, y te meten en un mundo lleno de impuestos y reuniones que pudieron ser un email. La gente aplaude cuando das tus primeros pasos y te dicen que puedes ser lo que quieras en la vida. Y luego, cuando de verdad intentas ser lo que quieres, te miran raro. “¿Quieres ser astronauta? Mejor búscate algo estable”. Ah, pero si te metes a contable, ahí sí te aplauden. ¡Bravo, qué éxito, qué futuro más prometedor llenando Excel y justificando gastos!
La vida es como un restaurante carísimo: te sientan, te sirven platos que no pediste y cuando te traen la cuenta, no te alcanza para pagarla. Y lo peor es que la cocina cierra sin previo aviso. ¿Qué es eso de que un día te dicen: “Se acabó, gracias por venir, apaguen las luces”? ¡Un poco de advertencia, por favor!
Y no hablemos del tiempo. El tiempo es el mayor estafador que existe. De niño, un año es una eternidad. Ahora pestañeas y ya es diciembre otra vez. ¿En qué momento pasamos de ser niños que corrían descalzos a adultos que se emocionan por una oferta en papel higiénico? ¿Cuándo fue que cambiamos los parques por las facturas y los sueños por la rutina?
Y es que nos pasamos la vida esperando. Que si “cuando crezca”, que si “cuando tenga dinero”, que si “cuando me jubile”. Y cuando te das cuenta, la vida no espera por nadie. Ahí es donde entra la gran ironía: nos preocupamos tanto por lo que viene, que se nos olvida vivir el presente.
Pero bueno, no todo es malo. A veces, la vida te da momentos que valen la pena. Una carcajada con amigos, un atardecer hermoso, ese instante en que pruebas un café perfecto. La vida no es justa, pero tiene sus instantes de gloria.
Así que mi consejo final es este: ríete todo lo que puedas, haz las cosas que te dan miedo y, sobre todo, no tomes la vida demasiado en serio… al final, nadie sale vivo de ella.