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Título: "La bola"
En la calurosa ciudad de Camagüey, donde el aroma del café se mezclaba con el del tabaco y la esperanza, un hombre llamado Vega se había ganado la vida de una manera peculiar: recogiendo bolitas. No, no eran esas bolitas que se ven en los juegos de los niños; eran las jugadas de lotería clandestinas que los cubanos, ávidos de suerte, cumplían religiosamente.
Vega, un ferviente comunista, se había convertido, irónicamente, en un pequeño capitalista en su propio derecho: recopilando, cada tarde, las apuestas de los vecinos del barrio en un cuaderno manoseado que guardaba celosamente. "¡El Estado debería ser dueño de la lotería!", solía decir, mientras empujaba su carrito lleno de papeles y sueños.
Sin embargo, su modo de vida no pasó desapercibido. Todos pensaban que era un querido recolector de bolitas, pero la verdad era que las autoridades tenían sus ojos puestos sobre él por su actividad "ilegal". A medida que sus jugadas se volvían más populares, la murmuración crecía como el humo de un cigarro mal apagado y finalmente llegó al oído de Akame, la juez.
Akame era una antigua conocida de Vega, una mujer fuerte e imponente que había sido, en tiempos pasados, el objeto de su enamoramiento. Ahora, después de años de separación y un par de lecturas de Marx, el encuentro no podría haber sido más incómodo.
"Vega," comenzó Akame, con su voz firme y sus gafas deslizándose por la nariz, "he oído cosas sobre ti y tu pequeño... negocio de bolitas. Esto no está bien. Podrías estar en problemas."
Pero Vega, con su característico humor negro, decidió que era el momento perfecto para hacer una broma: "¿En problemas? Solo estoy ayudando a mis compatriotas a soñar, Akame. ¿No es eso lo que se supone que debemos hacer, incluso como comunistas?"
Akame no se rió. La solemnidad de su cargo la mantuvo en pie, mientras que Vega seguía intentando hacerle reír con chistes de lotería. La situación se tornó aún más sombría cuando una redada de la policía llegó para arrestarlo justo cuando Vega estaba explicando el "cálculo matemático de las probabilidades" detrás de la elección de números (que, por supuesto, no tenía nada de científico).
Finalmente, Vega se encontraba en la corte, frente a Akame, quien ahora era tanto su juez como su viejo amor. “Vega, has sido detenido por actividades ilegales relacionadas con la lotería”, comenzó ella, y él, en un intento de restarle importancia a su situación, comentó en voz baja: “¿Y no era que el capitalismo permitía a las personas arriesgar su dinero?”
Akame lo miró con exasperación pero con un tinte de nostalgia. “Es cierto, pero no puedes simplemente convertir la esquina de la cuadra en un casino privado. La ley es la ley.”
En un giro inesperado de la vida, mientras la corte pasaba su condena (30 años de privación de la libertad), Vega decidió dar un último intento por captar la atención de Akame. “Sabes, en mi próximo plan de acción—si es que alguna vez salgo de esta—seré un comunista reformado. ¡Abriré una bolita estatal!
Akame no pudo evitar sonreír un poco, aunque fuera a duras penas. “Vega, si alguna vez convirtieras eso en una realidad, serías un peligro para el Partido Comunista. Solo asegúrate de no llevar a la cárcel a los que juegan a tus bolitas...”
Al final, Vega terminó tras las rejas, donde una serie de eventos absurdos lo llevaron a convertirse en el "rey de los presos", dando lecciones clandestinas sobre cómo hacer apuestas en medio de los muros. “Si salgo de aquí, planeo fundar una revuelta basada en apuestas, no en ideales”, bromeaba entre rejas.
Y así, el comunista recolector de bolitas desapareció misteriosamente del foro cubano "Universum", no porque hubiera sido víctima de una conspiración, sino porque su verdadero crimen fue intentar hacer del juego algo más que una expresión de azar: una forma de vida. Un tanto irónico, considerando que en el fondo, todos siempre jugamos a ganar, incluso en la vida.
Continúara?
En la calurosa ciudad de Camagüey, donde el aroma del café se mezclaba con el del tabaco y la esperanza, un hombre llamado Vega se había ganado la vida de una manera peculiar: recogiendo bolitas. No, no eran esas bolitas que se ven en los juegos de los niños; eran las jugadas de lotería clandestinas que los cubanos, ávidos de suerte, cumplían religiosamente.
Vega, un ferviente comunista, se había convertido, irónicamente, en un pequeño capitalista en su propio derecho: recopilando, cada tarde, las apuestas de los vecinos del barrio en un cuaderno manoseado que guardaba celosamente. "¡El Estado debería ser dueño de la lotería!", solía decir, mientras empujaba su carrito lleno de papeles y sueños.
Sin embargo, su modo de vida no pasó desapercibido. Todos pensaban que era un querido recolector de bolitas, pero la verdad era que las autoridades tenían sus ojos puestos sobre él por su actividad "ilegal". A medida que sus jugadas se volvían más populares, la murmuración crecía como el humo de un cigarro mal apagado y finalmente llegó al oído de Akame, la juez.
Akame era una antigua conocida de Vega, una mujer fuerte e imponente que había sido, en tiempos pasados, el objeto de su enamoramiento. Ahora, después de años de separación y un par de lecturas de Marx, el encuentro no podría haber sido más incómodo.
"Vega," comenzó Akame, con su voz firme y sus gafas deslizándose por la nariz, "he oído cosas sobre ti y tu pequeño... negocio de bolitas. Esto no está bien. Podrías estar en problemas."
Pero Vega, con su característico humor negro, decidió que era el momento perfecto para hacer una broma: "¿En problemas? Solo estoy ayudando a mis compatriotas a soñar, Akame. ¿No es eso lo que se supone que debemos hacer, incluso como comunistas?"
Akame no se rió. La solemnidad de su cargo la mantuvo en pie, mientras que Vega seguía intentando hacerle reír con chistes de lotería. La situación se tornó aún más sombría cuando una redada de la policía llegó para arrestarlo justo cuando Vega estaba explicando el "cálculo matemático de las probabilidades" detrás de la elección de números (que, por supuesto, no tenía nada de científico).
Finalmente, Vega se encontraba en la corte, frente a Akame, quien ahora era tanto su juez como su viejo amor. “Vega, has sido detenido por actividades ilegales relacionadas con la lotería”, comenzó ella, y él, en un intento de restarle importancia a su situación, comentó en voz baja: “¿Y no era que el capitalismo permitía a las personas arriesgar su dinero?”
Akame lo miró con exasperación pero con un tinte de nostalgia. “Es cierto, pero no puedes simplemente convertir la esquina de la cuadra en un casino privado. La ley es la ley.”
En un giro inesperado de la vida, mientras la corte pasaba su condena (30 años de privación de la libertad), Vega decidió dar un último intento por captar la atención de Akame. “Sabes, en mi próximo plan de acción—si es que alguna vez salgo de esta—seré un comunista reformado. ¡Abriré una bolita estatal!
Akame no pudo evitar sonreír un poco, aunque fuera a duras penas. “Vega, si alguna vez convirtieras eso en una realidad, serías un peligro para el Partido Comunista. Solo asegúrate de no llevar a la cárcel a los que juegan a tus bolitas...”
Al final, Vega terminó tras las rejas, donde una serie de eventos absurdos lo llevaron a convertirse en el "rey de los presos", dando lecciones clandestinas sobre cómo hacer apuestas en medio de los muros. “Si salgo de aquí, planeo fundar una revuelta basada en apuestas, no en ideales”, bromeaba entre rejas.
Y así, el comunista recolector de bolitas desapareció misteriosamente del foro cubano "Universum", no porque hubiera sido víctima de una conspiración, sino porque su verdadero crimen fue intentar hacer del juego algo más que una expresión de azar: una forma de vida. Un tanto irónico, considerando que en el fondo, todos siempre jugamos a ganar, incluso en la vida.
Continúara?