Saber que vamos a morir es lo que nos hace valorar nuestra vida. Si no hubiera muerte, vivir no tendría ningún valor para nosotros. Y nos daría igual cualquier cosa; y las cosas de la vida y de este mundo no tendrían mucha importancia para nosotros, y al final terminaríamos aburriendonos de todo y de la vida misma. Nada tendría valor para nosotros ya que si no muriésemos nos daría igual hacer una cosa hoy que hacerla dentro de 2 mil años, o dentro de 4 millones de años. El tiempo sería una sucesión interminable de eventos repetitivos, de cosas que se repiten una y otra vez hasta la eternidad, lo cual acabará por agobiarnos y la vida sería una angustia terrible. Por eso es necesaria la muerte, no solo para evitar la sobrepoblación excesiva de nuestra especie, sino para hacernos valorar realmente las cosas importantes, para valorar los momentos únicos, valorar las personas que tenemos al lado en determinado momento.
Pero dado que la muerte es el fin de lo que tenemos en este mundo como seres individuales, debemos aprovechar lo mejor posible los momentos que nos quedan de nuestra vida, y no agotar nuestra preciosa salud y vitalidad en hábitos destructivos, vicios, conflictos interpersonales, y preocupaciones innecesarias que a la larga nos deterioran, nos destruyen física y psicológicamente, y consumen nuestra energía vital, acortando nuestro tiempo de vida y afectando la calidad de esta.