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Mi amiga goza muerta de risa por un fino recuerdo que sabe contar, pero no igual que la palabra interior. Ella se desnuda con el gesto, decide pausar para mejorar el drama y suelta la última frase del comienzo. Justo inicia lo patético de una sonrisa abierta a carcajada impetuosa. Olvidó los más detallados hechos que conforman la razón imposible para el oyente: haber vivido la misma vida. No debí preguntar.