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En momentos desesperados, el alma ya hambrienta de neurotransmisores domina por medio de la supervivencia al cuerpo; mientras que (ante el poder intelectual) las manos ceden. Las hormigas sobre el plato, el plato sobre la mesa, en la mesa el cuchillo y tú pensando en el alimento. Las manos cedieron.
Con los cuchillos afilas tus dedos, preparas tus diez cubiertos de satisfacción incisiva. Los modales son clásicos, aunque ya pervertidos; introducir los cubiertos en el abdomen de las hormigas mientras ellas atacan. Devoran tus uñas, corren por tu piel y cultivan huevos en tu rostro. Algunas aprietan sus mandíbulas contra tus muñecas hasta cortarlas profundamente.
Las agarras, las ingieres, las masticas y las tragas mientras que sobre el plato te desangras y tu estómago espiritual ya saciado adquiere una sonoridad hueca.
¿Por qué es algo tan cautivador a la par de autodestructivo? ¿Hay una seguridad en la herida?
En momentos desesperados, el alma ya hambrienta de neurotransmisores domina por medio de la supervivencia al cuerpo; mientras que (ante el poder intelectual) las manos ceden. Las hormigas sobre el plato, el plato sobre la mesa, en la mesa el cuchillo y tú pensando en el alimento. Las manos cedieron.
Con los cuchillos afilas tus dedos, preparas tus diez cubiertos de satisfacción incisiva. Los modales son clásicos, aunque ya pervertidos; introducir los cubiertos en el abdomen de las hormigas mientras ellas atacan. Devoran tus uñas, corren por tu piel y cultivan huevos en tu rostro. Algunas aprietan sus mandíbulas contra tus muñecas hasta cortarlas profundamente.
Las agarras, las ingieres, las masticas y las tragas mientras que sobre el plato te desangras y tu estómago espiritual ya saciado adquiere una sonoridad hueca.
¿Por qué es algo tan cautivador a la par de autodestructivo? ¿Hay una seguridad en la herida?