Por eso
te doy mis manos sin espadas,
dóytelas sin venenos, sin pantanos,
con magnolias el cuello te rodeo,
te doy el abrazo suave en la jornada,
el consuelo ante la muerte inhóspita,
y recibo tu voz de fragua
ardiendo en los metales, las almohadas,
hasta doblar la noche, sola,
desde el dolor...