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Me basta así
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan,
es decir: con la boca),
y si ese sabor fuese igual al tuyo,
o sea tu mismo olor,
y tu manera de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirse y repetirse,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada.